Paul Tillich, nacido en 1886 en
Starzeddel (hoy Polonia), sigue los pasos de su padre, pastor luterano. Pasa de
un optimismo idealista, a un socialismo como contra-movimiento frente al espíritu
de la sociedad burguesa, un “socialismo religioso” que se iba consolidando en
Alemania y Suiza. En 1919, comienza su docencia en Berlín abordando el tema
entre religión y cultura, que representará el hilo conductor de su reflexión.
La división del camino biográfico, intelectual y espiritual de Paul Tillich en
dos períodos – período alemán (1886-1933) y período americano (1933-1965)-
marca también la división de lo cultural y espiritual: estar en la línea
divisoria no significa sólo estar entre dos continentes, sino a la vez, estar
entre “dos mundos”, “entre dos tiempos”, “en tensión y en movimiento”. La línea
divisoria es el mejor lugar para adquirir conocimiento.
En la “Teología de la frontera”, Tillich percibe la discordia entre
religión y cultura secular. Él se dedica a hablar sobre la idea de una teología de la cultura. Esto afronta dos
tareas: a) redefinir el concepto de religión; b) mostrar la interdependencia
entre religión y cultura.
Para Tillich, la religión es una dimensión necesaria de
la vida espiritual del hombre, la dimensión de la profundidad de todas las
actividades y funciones espirituales del hombre. Como tal, la religión se
manifiesta en el ámbito de la moral bajo la forma de la seriedad incondicionada
de la exigencia moral: en el ámbito del conocimiento, bajo la forma de la
búsqueda apasionada de la realidad última: en el ámbito de la estética, bajo la
forma del deseo ilimitado de expresar el sentido último de las cosas: “La religión es la sustancia, el fundamento
y la profundidad de la vida espiritual del hombre”. Por tanto, no se
pueden separar el ámbito religioso y el secular.
La religión, como dimensión de la
profundidad, es la experiencia de lo
incondicionado, es la orientación hacia ello. Lo incondicionado (término
kantiano) indica el elemento de toda experiencia religiosa que la hace
propiamente tal. Es una cualidad; no un ser. Se experimenta en el encuentro con
la realidad.
La religión tiene una doble
polaridad: subjetiva y objetiva; es la experiencia (polaridad subjetiva) de lo
incondicionado (polaridad objetiva). Esto, es representado por Tillich con el
concepto de “interés último” (ultimate
concern). La religión es: “el hecho de ser atrapados por un interés
último”. Este “interés”, indica el
carácter existencial de la experiencia religiosa tanto subjetiva como objetiva
(término de Kierkegaard): lo que es último suscita pasión e interés infinitos.
Interés por lo incondicionado, por lo absoluto, por lo infinito, genera la
inquietud del corazón, que va en búsqueda de aquello que trasciende la
experiencia de lo relativo y lo transitorio.
Tillich no acepta, pues, la posición barthiana y dialéctica que contrapone
la fe y la revelación a la religión. Él distingue entre religión en sentido amplio y religión en sentido estricto: “La religión en sentido estricto - “en
sentido sociológico”- se entiende como un sector particular de la vida humana
sometida a crítica; pero religión en sentido amplio, filosófico, es la
sustancia, la base y la profundidad de la vida espiritual del hombre, o
también, según una definición más existencial, es “el hecho de ser atrapados
por un interés último”.
El escrito de Tillich más antibarthiano se titula Religión bíblica
y la búsqueda de la realidad última, donde se muestra que la instancia de
lo incondicionado es común tanto a la religión bíblica (y se expresa en la fe
teológica) como a la ontología (y se expresa cómo búsqueda de la realidad
última). El lenguaje religioso expresa la referencia a la
realidad última. Tillich explica la naturaleza del lenguaje religioso mediante la
distinción entre signo y símbolo. Ambos remiten más allá de sí mismos:
a. El signo es sólo informativo: indica una realidad extraña a él; el
símbolo, representa la realidad a la que remite, la desvela y participa de su
poder.
b. Los símbolos religiosos muestran la dimensión profunda de la
realidad y, por tanto, remiten a una realidad que trasciende toda realidad
condicionada, haciendo posible la experiencia de la dimensión de la
profundidad, la experiencia de lo incondicionado.
La religión en cuanto
interés último es la sustancia que da sentido a la cultura, y la cultura es la
totalidad de las formas a través de las cuales se expresa el interés básico de
la religión: la religión es la sustancia de la cultura, y la cultura es la forma
de la religión. Es la tesis de la teonomía de la cultura, que afirma la
inmanencia recíproca entre religión y cultura; el hombre está bajo una ley
superior que, sin embargo, no le es extraña. Una cultura teónoma expresa en sus creaciones un interés último y un
significado trascendente no como algo extraño, sino como su mismo fundamento
espiritual.
Una cultura autónoma es una
cultura secularizada, vacía de sentido; una cultura heterónoma es una
cultura eclesiastizada o ideologizada y endurecida en sus contenidos; en cambio
una cultura teónoma expresa un contenido religioso que es fuente de
creatividad y de significado. La tarea de una teología de la cultura consiste en “descifrar el estilo de una
cultura autónoma en todas sus expresiones características y encentrar su
significado oculto”.