La hamartología de Paul Tillich en “La existencia y la búsqueda de Cristo”
La autodestrucción universal
y la doctrina del mal
1. La pérdida del yo y la pérdida del mundo en el
estado de alienación
El hombre,
juntamente con su mundo, se encuentra en alienación existencial: descreencia, hybris y concupiscencia. En las
condiciones de alienación existencial, la destrucción no está ocasionada por
una fuerza externa, sino que es la consecuencia de la misma estructura de
alienación. Podemos definir el mal como la estructura de autodestrucción
implícita en la alienación universal.
La pérdida del yo, como primera y fundamental marca del mal, es la pérdida del
propio centro determinante. El yo centrado del hombre puede quebrarse y, con la
pérdida del yo, el hombre pierde su mundo.
2. Los conflictos internos de las polaridades ontológicas
en el estado de alienación
a) La separación de libertad y destino
La primera
polaridad es la constituida por la libertad y el destino. En el ser esencial la
libertad y el destino se hallan mutuamente imbricados, son distintos pero no
están separados, viven en tensión pero no en conflicto. En la misma medida en
que la libertad se deforma convirtiéndose en arbitrariedad, también el destino
sufre una distorsión y se hace necesidad mecánica.
La controversia
tradicional entre indeterminismo y el determinismo refleja esta distorsión de
la libertad y del destino que los convierte respectivamente en arbitrariedad y
necesidad mecánica.
b) La separación de dinámica y forma
Todo ser vivo va
más allá de todo de sí mismo y de la forma por medio de la cual tiene ser. En
la naturaleza esencial del hombre, la dinámica y la forma están siempre unidas.
La forma sin la dinámica es destructiva. Si se arranca una forma de la dinámica
en la que fue creada y se impone una dinámica a la que no pertenece, se
convierte en ley externa. Entonces es opresiva y suscita un legalismo sin
creatividad.
c) La separación de individualización y participación
La vida se
individualiza en todas sus formas; pero, al mismo tiempo, la participación del
ser en el “ser” mantiene la unidad del ser. Cuanto más individualizado es un
ser, mayor es su capacitación. En principio, no existen límites para esta
participación, ya que el hombre es un yo completamente centrado. Pero, en el
estado de alienación, el hombre se encierra en sí mismo y suprime toda
participación.
3. Finitud y alienación
a) Muerte, finitud y culpa
Alienado del
poder último de ser, el hombre está determinado por su finitud. Se halla
abandonado a su sino natural. Viene de la nada y a la nada retorna. Se
encuentra sometido al imperio de la muerte y se ve espoleado por la congoja de
tener que morir.
Platón nos habla
de la participación del alma en el reino eterno de las esencias (ideas), de su
caída y de su posible retorno a tal reino. Según el relato del Génesis, el
hombre procede del polvo y retorna luego al polvo. Sólo es inmortal mientras le
está permitido comer del árbol de la vida, el árbol portador del fruto divino o
fruto de la vida eterna. El simbolismo es obvio. La participación de lo
eterno hace eterno al hombre; la separación de lo eterno deja abandonado al
hombre a su finitud natural. Fieles a estas ideas, los primeros Padres de la Iglesia dieron el nombre
de “remedio de inmortalidad” al manjar sacramental de la cena del Señor.
Cuando el hombre
está abandonado a su “tener que morir”, la congoja esencial que en él suscita
el no-ser se transforma en horror a la
muerte. En la situación de
alienación, el elemento de culpabilidad
altera la índole de la congoja. En la situación de alienación, la congoja de la
muerte es algo más que la simple congoja de la aniquilación, convierte la
muerte en un mal, en una estructura
de destrucción. La transformación de la finitud esencial en mal existencial
constituye una característica general del estado de alienación.
b) Alienación, tiempo y espacio
Ninguna
descripción de las estructuras del mal
puede ser exhaustiva. Intentarlo sería acometer una labor infinita. Las páginas
de la literatura universal sobreabundan del mal acaecido en todo tiempo y
lugar. Como estructuras del mal, son estructuras de autodestrucción. Se basan
en las estructuras de la finitud; pero les añaden los elementos destructivos y las
transforman del mismo modo que la culpa transforma la congoja de la muerte.
La naturaleza categorial de la finitud,
integrada por tiempo, espacio, causalidad y sustancia, es válida como estructura de la totalidad de la creación.
Cuando experimentamos el tiempo sin el “ahora eterno” que debemos a la
presencia del poder del ser en sí, conocemos el tiempo como mera transitoriedad
sin presencia real.
c) Alienación, sufrimiento y aislamiento
Los conflictos
en el seno de las polaridades ontológicas y la transformación que sufren las
categorías de la finitud bajo las condiciones de la alienación entrañan
diversas consecuencias en todas direcciones para la condición humana. Vamos a
hablar ahora de dos ejemplos simétricos de tales consecuencias: el sufrimiento
y el aislamiento. El primero concierne al hombre en sí mismo; el segundo, al
hombre en su relación con los demás. No podemos separarlos; son
interdependientes, aunque distinguibles entre sí.
El sufrimiento, como la muerte, es un
elemento dela finitud. En el estado de
inocencia soñadora, el sufrimiento no está eliminado sino transformado en
beatitud. Bajo las condiciones de la existencia, el hombre queda mutilado de
esa beatitud, y el sufrimiento lo embarga de un modo destructivo. El
sufrimiento se convierte en una estructura
de destrucción, en un mal.
Una de las causas,
sin duda la principal, del sufrimiento que carece de sentido es la “soledad” del ser individual, su deseo
de vencer esta soledad uniéndose a otros seres y la hostilidad que experimenta
cuando ve rechazado este deseo suyo. La estructura
de la finitud es buena en sí misma, pero bajo las condiciones de la
alienación se convierte en una estructura
de destrucción. En la alienación
existencial, el hombre está cercenado en las dimensiones de lo último y es
dejado solo, en el aislamiento. No obstante, este aislamiento resulta
intolerante y arrastra al hombre a un tipo de participación en la que su yo
solitario se rinde a lo “colectivo”.
Pero, en esta
rendición, el individuo no es aceptado por ningún otro individuo, sino tan sólo
por aquello a lo que todos tienen que rendir su solicitud potencial, esto es,
el espíritu de lo colectivo. Por consiguiente, el individuo sigue buscando al
otro ser humano y es parcial o totalmente rechazado por él, ya que este otro
ser es asimismo un individuo solitario, incapaz de comunión porque es incapaz
de solicitud.
d) Alienación, duda y absurdidad
La finitud
incluye la duda. La verdad es el
todo (Hegel). Pero ningún ser finito
posee el todo; por consiguiente, aceptar el hecho de que la duda pertenece
al ser esencial del hombre es una manera de expresar la aceptación de su
finitud. Esta duda esencial aparece en la duda metodológica de la ciencia,
lo mismo que en la incertidumbre del hombre acerca de sí mismo, de su mundo y del
sentido último de ambos. Pero la finitud incluye asimismo otras muchas
incertidumbres; es una manera de expresar la inseguridad general del ser
finito, la contingencia de todo su ser, el hecho de que no es por sí mismo sino
que “ha sido arrojado en el ser” (Heidegger).
4. El significado del desespero y sus símbolos
a) El significado del desespero y sus símbolos
Las estructuras
del mal que acabamos de describir conducen al hombre al estado de “desespero”. En general, se suele tratar el desespero
como un problema psicológico o como un problema ético. Y es ciertamente lo uno
y lo otro; pero es, asimismo, algo más que lo uno y lo otro: es el exponente
final de la condición humana, el límite que el hombre no puede traspasar. En
el desespero, no en la muerte, el hombre llega al fin de sus posibilidades (a
diferencia de Heidegger). La misma palabra desespero significa “sin
esperanza” y expresa la impresión que experimenta el hombre ante una situación
para la que no existe “ninguna salida” (Sartre).
“El desespero es el estado del ineludible conflicto,
del conflicto que surge entre, por una parte, lo que somos en potencia y, por
ende, deberíamos ser en realidad, y, por la otra parte, lo que realmente somos
por la combinación de libertad y destino”.
b) El símbolo de la “ira de Dios”
La experiencia
del desespero se refleja en el símbolo
de la “ira de Dios”. Ritschl
interpretó, pues, los pasajes del Nuevo Testamento que mencionan la ira de
Dios, de tal forma que todo se centrase en el juicio último. Y así la ira de
Dios es una expresión del lado negativo del juicio final. Lutero enfocó explícitamente este problema cuando dijo: “Tienes a
Dios en la medida en que crees en Él”. Para
quienes son consientes de su alienación de Dios, Dios mismo es la amenaza de la
destrucción última y la faz divina cobra entonces unos rasgos demoníacos. Pero
quienes se han reconciliado con Dios comprenden que, a pesar de que fue
auténtica su experiencia de la ira de Dios, no fue la experiencia de un Dios
distinto que Aquel con quien se han reconciliado. Más bien su experiencia fue
la de cómo actuó a su respecto el Dios de amor.
c) El símbolo de la “condenación”
La experiencia del desespero se expresa asimismo
con el símbolo de la “condenación”.
Habitualmente se habla de la “eterna condenación”. Pero esta expresión es teológicamente
insostenible. Sólo Dios es eterno. Quienes
participan de la eternidad divina y de la limitación de la finitud, han vencido
el desespero que expresa la experiencia de la condenación. En el sentido
teológicamente preciso de esta palabra, la eternidad es lo opuesto a la
condenación. Pero si se entiende lo “eterno” como lo “sin fin”, se atribuye una
condenación sin fin a algo que, por su misma naturaleza, tiene un fin, es
decir, el hombre finito. El tiempo del hombre termina con el hombre.
Pablo A. Zerpp
Bibliografía
Paul Tillich, La existencia y la
búsqueda de Cristo, 86-109.