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Teología Contemporánea
Los teólogos más influyentes de nuestra era
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13 de Diciembre, 2010    Paul Tillich

La hamartología de Paul Tillich en “La existencia y la búsqueda de Cristo”


La autodestrucción universal y la doctrina del mal

1. La pérdida del yo y la pérdida del mundo en el estado de alienación

El hombre, juntamente con su mundo, se encuentra en alienación existencial: descreencia, hybris y concupiscencia. En las condiciones de alienación existencial, la destrucción no está ocasionada por una fuerza externa, sino que es la consecuencia de la misma estructura de alienación. Podemos definir el mal como la estructura de autodestrucción implícita en la alienación universal. La pérdida del yo, como primera y fundamental marca del mal, es la pérdida del propio centro determinante. El yo centrado del hombre puede quebrarse y, con la pérdida del yo, el hombre pierde su mundo.

 

2. Los conflictos internos de las polaridades ontológicas en el estado de alienación

a) La separación de libertad y destino

La primera polaridad es la constituida por la libertad y el destino. En el ser esencial la libertad y el destino se hallan mutuamente imbricados, son distintos pero no están separados, viven en tensión pero no en conflicto. En la misma medida en que la libertad se deforma convirtiéndose en arbitrariedad, también el destino sufre una distorsión y se hace necesidad mecánica.

La controversia tradicional entre indeterminismo y el determinismo refleja esta distorsión de la libertad y del destino que los convierte respectivamente en arbitrariedad y necesidad mecánica.

b) La separación de dinámica y forma

Todo ser vivo va más allá de todo de sí mismo y de la forma por medio de la cual tiene ser. En la naturaleza esencial del hombre, la dinámica y la forma están siempre unidas. La forma sin la dinámica es destructiva. Si se arranca una forma de la dinámica en la que fue creada y se impone una dinámica a la que no pertenece, se convierte en ley externa. Entonces es opresiva y suscita un legalismo sin creatividad.

c) La separación de individualización y participación

La vida se individualiza en todas sus formas; pero, al mismo tiempo, la participación del ser en el “ser” mantiene la unidad del ser. Cuanto más individualizado es un ser, mayor es su capacitación. En principio, no existen límites para esta participación, ya que el hombre es un yo completamente centrado. Pero, en el estado de alienación, el hombre se encierra en sí mismo y suprime toda participación.


3. Finitud y alienación

a) Muerte, finitud y culpa

Alienado del poder último de ser, el hombre está determinado por su finitud. Se halla abandonado a su sino natural. Viene de la nada y a la nada retorna. Se encuentra sometido al imperio de la muerte y se ve espoleado por la congoja de tener que morir.

Platón nos habla de la participación del alma en el reino eterno de las esencias (ideas), de su caída y de su posible retorno a tal reino. Según el relato del Génesis, el hombre procede del polvo y retorna luego al polvo. Sólo es inmortal mientras le está permitido comer del árbol de la vida, el árbol portador del fruto divino o fruto de la vida eterna. El simbolismo es obvio. La participación de lo eterno hace eterno al hombre; la separación de lo eterno deja abandonado al hombre a su finitud natural. Fieles a estas ideas, los primeros Padres de la Iglesia dieron el nombre de “remedio de inmortalidad” al manjar sacramental de la cena del Señor.

Cuando el hombre está abandonado a su “tener que morir”, la congoja esencial que en él suscita el no-ser se transforma en horror a la muerte. En la situación de alienación, el elemento de culpabilidad altera la índole de la congoja. En la situación de alienación, la congoja de la muerte es algo más que la simple congoja de la aniquilación, convierte la muerte en un mal, en una estructura de destrucción. La transformación de la finitud esencial en mal existencial constituye una característica general del estado de alienación.

b) Alienación, tiempo y espacio

Ninguna descripción de las estructuras del mal puede ser exhaustiva. Intentarlo sería acometer una labor infinita. Las páginas de la literatura universal sobreabundan del mal acaecido en todo tiempo y lugar. Como estructuras del mal, son estructuras de autodestrucción. Se basan en las estructuras de la finitud; pero les añaden los elementos destructivos y las transforman del mismo modo que la culpa transforma la congoja de la muerte.

La naturaleza categorial de la finitud, integrada por tiempo, espacio, causalidad y sustancia, es válida como estructura de la totalidad de la creación. Cuando experimentamos el tiempo sin el “ahora eterno” que debemos a la presencia del poder del ser en sí, conocemos el tiempo como mera transitoriedad sin presencia real.

c) Alienación, sufrimiento y aislamiento

Los conflictos en el seno de las polaridades ontológicas y la transformación que sufren las categorías de la finitud bajo las condiciones de la alienación entrañan diversas consecuencias en todas direcciones para la condición humana. Vamos a hablar ahora de dos ejemplos simétricos de tales consecuencias: el sufrimiento y el aislamiento. El primero concierne al hombre en sí mismo; el segundo, al hombre en su relación con los demás. No podemos separarlos; son interdependientes, aunque distinguibles entre sí.

El sufrimiento, como la muerte, es un elemento de  la finitud. En el estado de inocencia soñadora, el sufrimiento no está eliminado sino transformado en beatitud. Bajo las condiciones de la existencia, el hombre queda mutilado de esa beatitud, y el sufrimiento lo embarga de un modo destructivo. El sufrimiento se convierte en una estructura de destrucción, en un mal.

Una de las causas, sin duda la principal, del sufrimiento que carece de sentido es la “soledad” del ser individual, su deseo de vencer esta soledad uniéndose a otros seres y la hostilidad que experimenta cuando ve rechazado este deseo suyo. La estructura de la finitud es buena en sí misma, pero bajo las condiciones de la alienación se convierte en una estructura de destrucción. En la alienación existencial, el hombre está cercenado en las dimensiones de lo último y es dejado solo, en el aislamiento. No obstante, este aislamiento resulta intolerante y arrastra al hombre a un tipo de participación en la que su yo solitario se rinde a lo “colectivo”.

Pero, en esta rendición, el individuo no es aceptado por ningún otro individuo, sino tan sólo por aquello a lo que todos tienen que rendir su solicitud potencial, esto es, el espíritu de lo colectivo. Por consiguiente, el individuo sigue buscando al otro ser humano y es parcial o totalmente rechazado por él, ya que este otro ser es asimismo un individuo solitario, incapaz de comunión porque es incapaz de solicitud.

d) Alienación, duda y absurdidad

La finitud incluye la duda. La verdad es el todo (Hegel). Pero ningún ser finito posee el todo; por consiguiente, aceptar el hecho de que la duda pertenece al ser esencial del hombre es una manera de expresar la aceptación de su finitud. Esta duda esencial aparece en la duda metodológica de la ciencia, lo mismo que en la incertidumbre del hombre acerca de sí mismo, de su mundo y del sentido último de ambos. Pero la finitud incluye asimismo otras muchas incertidumbres; es una manera de expresar la inseguridad general del ser finito, la contingencia de todo su ser, el hecho de que no es por sí mismo sino que “ha sido arrojado en el ser” (Heidegger).


4. El significado del desespero y sus símbolos

a) El significado del desespero y sus símbolos

Las estructuras del mal que acabamos de describir conducen al hombre al estado de “desespero”. En general, se suele tratar el desespero como un problema psicológico o como un problema ético. Y es ciertamente lo uno y lo otro; pero es, asimismo, algo más que lo uno y lo otro: es el exponente final de la condición humana, el límite que el hombre no puede traspasar. En el desespero, no en la muerte, el hombre llega al fin de sus posibilidades (a diferencia de Heidegger). La misma palabra desespero significa “sin esperanza” y expresa la impresión que experimenta el hombre ante una situación para la que no existe “ninguna salida” (Sartre).

“El desespero es el estado del ineludible conflicto, del conflicto que surge entre, por una parte, lo que somos en potencia y, por ende, deberíamos ser en realidad, y, por la otra parte, lo que realmente somos por la combinación de libertad y destino”.

b) El símbolo de la “ira de Dios”

La experiencia del desespero se refleja en el símbolo de la “ira de Dios”. Ritschl interpretó, pues, los pasajes del Nuevo Testamento que mencionan la ira de Dios, de tal forma que todo se centrase en el juicio último. Y así la ira de Dios es una expresión del lado negativo del juicio final. Lutero enfocó explícitamente este problema cuando dijo: “Tienes a Dios en la medida en que crees en Él”. Para quienes son consientes de su alienación de Dios, Dios mismo es la amenaza de la destrucción última y la faz divina cobra entonces unos rasgos demoníacos. Pero quienes se han reconciliado con Dios comprenden que, a pesar de que fue auténtica su experiencia de la ira de Dios, no fue la experiencia de un Dios distinto que Aquel con quien se han reconciliado. Más bien su experiencia fue la de cómo actuó a su respecto el Dios de amor.

c) El símbolo de la “condenación”

La experiencia del desespero se expresa asimismo con el símbolo de la “condenación”. Habitualmente se habla de la “eterna condenación”. Pero esta expresión es teológicamente insostenible. Sólo Dios es eterno. Quienes participan de la eternidad divina y de la limitación de la finitud, han vencido el desespero que expresa la experiencia de la condenación. En el sentido teológicamente preciso de esta palabra, la eternidad es lo opuesto a la condenación. Pero si se entiende lo “eterno” como lo “sin fin”, se atribuye una condenación sin fin a algo que, por su misma naturaleza, tiene un fin, es decir, el hombre finito. El tiempo del hombre termina con el hombre.


Pablo A. Zerpp


Bibliografía

Paul Tillich,  La existencia y la búsqueda de Cristo, 86-109.

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publicado por profecristian a las 22:41 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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