La reflexión teológica es necesariamente, una crítica de
la sociedad y de la iglesia, en tanto que convocadas e interpeladas por la
palabra de Dios; una teoría crítica, a la luz de la palabra aceptada en la fe,
animada por una intención práctica e indisolublemente unida, por consiguiente,
a la praxis histórica
La teología como reflexión
crítica de la praxis histórica a
la luz de la Palabra,
no sólo no reemplaza las otras funciones de la teología, como sabiduría y como
ser racional, sino que las supone y necesita.
Pero esto no es todo. No se trata, en efecto, de una simple
yuxtaposición. El quehacer crítico de la teología lleva necesariamente a una
redefinición de esas otras dos tareas. En adelante, sabiduría y saber racional
tendrán, más explícitamente, como punto de partida y como contexto, la praxis
histórica. Es en obligada referencia a ella donde deberá elaborarse un
conocimiento del progreso espiritual a partir de la Escritura; y es en ella,
también, donde la fe recibe las cuestiones que le plantea la razón humana. La
relación fe-ciencia se situará en el contexto de la relación fe-sociedad y en
el de la consiguiente acción liberadora.
Esta función crítica de la teología con las imbricaciones que acabamos de
indicar, nos llevará a estar especialmente atentos a la vida de la iglesia en
el mundo, a los compromisos que los cristianos, impulsados por el Espíritu y en
comunión con otros hombres, van asumiendo en la historia. Atentos en particular
a la participación en el proceso de liberación, hecho mayor de nuestro tiempo,
y que toma una coloración muy peculiar en los países llamados del tercer mundo.
La comunidad cristiana profesa una «fe que opera por la
caridad». Ella es, debe ser,caridad eficaz,
acción, compromiso al servicio de los hombres. La teología es reflexión,
actitud crítica. Lo primero es el
compromiso de caridad, de servicio. La teología viene después, es acto
segundo.
Este tipo de teología que parte de la atención a una problemática
peculiar nos dará, tal vez, por una vía modesta, pero sólida y permanente, la teología
en perspectiva latinoamericana que se desea y necesita. Y esto
último no por un frívolo prurito de originalidad, sino por un elemental sentido
de eficacia histórica, y también — ¿por qué no decirlo? — por la voluntad de contribuir a la vida y reflexión
de la comunidad cristiana universal. Pero para ello, ese anhelo de
universalidad — así como el aporte de la comunidad cristiana tomada en su conjunto— debe estar
presente desde el inicio. Concretar ese anhelo sería superar una obra
particular —provinciana y chauvinista — y hacer algo singular, propio y
universal al mismo tiempo, y, por lo tanto, fecundo.
«El único futuro de la teología —ha escrito H. Cox— es convertirse en la teología
del futuro». Pero esta teología del futuro deberá ser necesariamente
una lectura crítica de la praxis histórica, del quehacer histórico, en el sentido
que hemos tratado de esbozar. J. Moltmann
dice que los conceptos teológicos «no van a la zaga de la realidad... sino que
la iluminan al mostrarle anticipadamente su futuro»; pero precisamente en
nuestro enfoque, reflexionar críticamente sobre la praxis liberadora no es ir a
«la zaga» de la realidad. El presente de la praxis liberadora está, en lo más
hondo de él, preñado de futuro, la esperanza forma parte del compromiso actual
en la historia. La teología no pone de inicia ese futuro en el presente, no
crea de la nada la actitud vital de la esperanza, su papel es más modesto: los
explícita o interpreta como el verdadero sustento de la historia. Reflexionar
sobre una acción que se proyecta hacia adelante no es fijarse en el pasado, no
es ser el furgón de cola del presente: es desentrañar en las realidades
actuales, en el movimiento de la historia lo que nos impulsa hacia el futuro. Reflexionar a partir de la praxis histórica
liberadora, es reflexionar a la luz del futuro en que se cree y se espera, es
reflexionar con vistas a una acción transformadora del presente. Reflexionar
sobre la presencia y el actuar del cristiano en el mundo significa, además, y
esto es de importancia capital, salir de las fronteras visibles de la iglesia,
estar abierto al mundo, recoger las cuestiones que se plantean en él, estar
atento a los avatares de su devenir histórico. Pero es hacerlo no a partir
de un gabinete sino echando raíces, allí donde late, en este momento, el pulso
de la historia, o iluminándolo con la palabra del Señor de la historia que se
comprometió irreversiblemente con el hoy del devenir de la humanidad, para
llevarlo a su pleno cumplimiento.
Por todo esto la teología de la liberación nos propone, tal
vez, no tanto un nuevo tema para la reflexión, cuanto una nueva manera de hacer teología. La teología como
reflexión crítica de la praxis histórica es así una teología liberadora, una
teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad y, por
ende, también, de la porción de ella — reunida en ecclesia — que
confiesa abiertamente a Cristo. Una
teología que no se limita a pensar el
mundo, sino que busca situarse como un momento del proceso a través del cual el
mundo es transformado: abriéndose — en la protesta ante la dignidad humana pisoteada,
en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor
que libera, en la construcción de una nueva sociedad, justa y fraternal —al don
del reino de Dios.
Bibliografía
Gustavo Gutiérrez Merino. Teología de la liberación.
Perspectivas. Ediciones Sígueme: Salamanca, 1975. 34-41.